Para gustarte tanto el campo el traje te queda genial. Siempre lo he pensado. Desde la primera vez que nos encontramos en esta casa rural.

Me encanta observar cómo desconectas entre montañas de lo que quiera que hagas en tu oficina. Hay que admitir que las botas de montaña tampoco te sientan nada mal. A pesar de que sean Quechua.

Los domingos, sin embargo, toca lectura en la sala de estar. Después te pones de nuevo el traje (cosa que no entiendo porque imagino que hasta el lunes no empieza tu jornada laboral), me pagas –siempre con tarjeta- y te despido con una sonrisa deseando que en tu próxima escapada sea yo quien te quite el uniforme de trabajo.

Categorías: Microrrelatos

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