Seguía sin entender cómo Paqui era capaz de mantener con vida las flores de su balcón. Su terraza llena de macetas hubiera resultado indistinguible de la del resto de señoras de la comunidad un año atrás. Sin embargo, desde que la última crisis de recursos obligó a la restricción de cinco litros de agua a la semana por vecino, solo sobrevivía algún cactus.
Tampoco entendía cómo podía tener humor para cuidarlas tras la muerte de su hijo (un supuesto resbalón por las escaleras del edificio).
Pero esta mañana al cruzarme con sus ojos enrojecidos en el ascensor comprendí que también se puede regar con agua salada.