Se despertaron en Trieste, una pequeña ciudad del norte de Italia, con frío y desorientados. Poco después él amaneció en Girona y ella en Madrid, ambos calados hasta los huesos.

Al tiempo se reencontraron en un barrio nevado de Barcelona. Al sentir que el suelo empezaba a moverse de nuevo se agarraron de la mano y miraron directamente a los ojos, a través del cristal, al dueño de su bola de nieve, suplicándole que no la volviera a agitar.

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