La primera noche sin ella se me hizo extraña. En la segunda eché de menos despertar con olor a café recién hecho. La tercera, sin embargo, dormí especialmente bien. No sabría decir si fruto de dejar de pelearnos por las sábanas o por dejar de pelearnos (en general).
Me acostumbré rápido a su ausencia. Pensé que a ella le pasaría lo mismo y dejaría de llamarme. Pero no ha sido así. Las últimas semanas incluso hemos vuelto a reír como entonces.
Como antes de que nos quemara la convivencia. Como antes de proponerle irnos lejos, empezar de nuevo. “No tenemos dinero para eso”, repetía siempre. Como antes de decidirnos a hacerlo.
De haber sabido que podía volver a quererla no la hubiera dejado atrás al oír las sirenas. Aún podría entregarme. En el próximo vis a vis se lo propongo.