Anoche lo intentó apretando con fuerza el menú degustación del restaurante de la esquina. Por suerte aún lo anuncian en el periódico, nada de códigos QR. Confía en que las palabras de ese papel arrugado entre sus manos se transformen en aromas en sus sueños, donde por una noche pueda ser un cocinero de éxito.
La semana pasada durmió agarrando una pelota de tenis y juraría que sintió agujetas en el brazo al despertarse.
Sin embargo, esta mañana lo único que ha conseguido ha sido amanecer con más hambre que de costumbre. «No importa» se dice con esperanza mientras recoloca sus cartones, «esta noche lo volveré a intentar acariciando las monedas que me acaban de echar».