Puro código y algoritmos. Esa era su mejor receta (y nunca mejor dicho). Con la combinación de ingredientes y preparaciones que le devolvía el programa quedaban unos platos deliciosos. Tanto que su última “invención” con morcilla, frambuesas y apio le había supuesto una estrella Michelín y una invitación a una conferencia de cocina creativa a la que no se atrevía a ir: no se sentía preparado para mentir abiertamente y la verdad le parecía demasiado vergonzosa.

“Quizá lo mejor sea desaparecer una temporada, empezar de cero”, piensa mientras revisa su agenda, llena de bocetos de un robot de cocina que podría revolucionar el mundo.

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