Vuelvo a repasar mentalmente sus entradas y salidas de la última semana. Busco compulsivamente alguna mentira piadosa, una posible media verdad. Cualquier cosa que confirme que hay otra. Una compañera de trabajo, una vecina, ¿la nueva cajera? Eso explicaría que se ofrezca todos los días a hacer la compra… o quizá solo lo haga para pasar menos tiempo en casa. Cada vez que vuelve con las bolsas llenas le doy las gracias en voz alta por lo primero (y mentalmente por lo segundo).

Suspiro por enésima vez esta noche y aprovecho el gesto para intentar captar en él algún olor nuevo, un resto de perfume desconocido. Nada. Nada nuevo. Lo mismo que en nuestra relación: mismo bar, misma bebida, misma rutina. Ojalá hubiera otra. Ojalá tuviera una excusa para acabar con esto.

—¿Has dicho algo, cariño?

—Nada amor, pensaba en alto. Esto te va a terminar matando —digo mientras le quito el cigarrillo y le doy una calada aprovechando un nuevo suspiro.

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