Descubrí lo que es la tristeza la primera vez que un helado se me cayó al suelo.
Sentí celos cuando Paula decidió que prefería compartir su bocadillo de Nocilla con Rubén.
Saboreé el desamor la noche que me dejaste en aquel restaurante peruano, entre el ceviche y la pachamanca (esa y muchas más).
Experimenté odio el día que mi jefa me despidió a la hora del café.
Conocí la soledad con el sabor de la quinta ración de lasaña congelada.
Ahora solo degusto el amargor de la melancolía… a pesar de que estas pastillas no saben a nada.